Los esfuerzos de austeridad del nuevo régimen han logrado un superávit primario de 217 mil millones de pesos en los primeros siete meses del año. 

La cifra es extraordinaria considerando el contexto semi-recesivo de la economía mexicana.
 

El superávit se logra fundamentalmente por un recorte y sub-ejercicio del gasto público a todo lo largo y ancho del presupuesto, con algunas excepciones.

Sin embargo, no hay lonche gratis. La austeridad ha acentuado los efectos de la incertidumbre para la inversión derivados de factores externos y de las políticas internas.

La caída de recaudación en términos reales de ISR en julio es de 10.1% respecto al mismo mes del 2018. El IVA cae 7.9%. 

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Los ingresos petroleros se desploman 26%.

El indicador del IMEF de la actividad manufacturera acelera la caída en agosto para ligar 4 meses en contracción.

El indicador No Manufacturero (servicios) acumula 4 meses en la zona de contracción. Lo rescatable es que ajustado por tamaño de empresa el índice alcanza a meterse a zona de expansión, al brincar de 47.3 a 51 (50 divide expansión de contracción).

De enero a julio se han perdido 538,458 empleos formales (afiliados al IMSS) de puestos con ingresos de 3 o más salarios mínimos, en una clara muestra de deterioro del mercado laboral en un entorno de incertidumbre. 

Las ventas ANTAD mismas tiendas muestran en julio crecimientos anuales por debajo de inflación.

La austeridad -sin estrategia de productividad- amenaza con generar una dinámica perversa entre restricción del gasto público - contracción económica - caída de recaudación, que a su vez limita el potencial de gasto en el futuro.

Es imprescindible revisar los excesos en la reducción del gasto en áreas que son necesarias para el crecimiento económico y el bienestar de la población en el corto y largo plazo. 

Asimismo, es necesario despejar las dudas y obstáculos que generan la reticencia de los particulares para invertir.

La alternativa es el tobogán.